viernes, 29 de agosto de 2008

La levedad



Ayer soñé contigo. Soñé que regresaste y me dijiste que me amabas. Luego nos abrazamos y, por esas cosas por las que los sueños son sueños, amanecimos en Huaraz, en ese hotelito donde nos hospedamos cuando viajamos. Cuando desperté traté de regresar al sueño, pero no pude. Incluso tomé pastillas, pero nada, no estabas más. No sabes cuánto lamenté despertar. No me hizo bien soñar contigo, me sentí mal todo el día, con el teléfono en la mano tratando de agarrar valor, o de sentirme más miserable, para llamarte. Cada día siento más lejano tu regreso; parece que esta vez sí vas a cumplir tu promesa.

No sabes lo mal que me siento por lo de hoy. Desde que se enteró que terminamos Alberto no ha dejado de llamarme. A ti nunca te gustó que lo viera, decías que le gustaba y que era un pendejo; y yo hasta hoy he cumplido con no verlo. Pero necesitaba hablar con alguien, estaba desesperada, te extraño mucho; y entonces él me llamó y accedí a que tomáramos ese café que había rechazado tantas veces. Ni me acuerdo de qué hablamos, tal vez de sus proyectos, de su familia, del mar, no sé, no lo recuerdo, tampoco me importa. Después fuimos a su casa a tomar unos tragos. Conversábamos, pero yo sólo quería saber qué hacías, verte, estaba con él pero te juro que mi mente siempre estuvo contigo. Mi mente siempre va a estar contigo. No sé si le contaba cosas, si respondía sus preguntas o si sólo lo acompañaba. En un momento se acercó a mí y me besó y algo en mí le respondió. Después todo fue muy rápido. Recuerdo verme encima suyo, haciendo gozar con mi cuerpo podrido a ese hombre que no eras tú. Todavía siento el frío de sus manos congelándome la piel, esta piel que sigue siendo tuya, que nunca dejará de reclamarte y que ahora siente asco de mí.

A pesar del frío mi alma hervía de dolor, de culpa, del recuerdo de tus besos, de tu sonrisa al terminar nuestras noches de amor. Cuando terminamos fui por un vaso con agua a la cocina, necesitaba algo que calmara ese calor que me quemaba el vientre y que casi no me dejaba respirar. Fue en ese camino que vi este balcón iluminado por la luz de la noche. Me acerqué y miré hacia abajo. Estoy quince pisos arriba de ese carro azul estacionado junto al edificio del que pienso podrías salir tú y verme aquí destrozada llorando por ti. Entonces entenderías lo que pasó, y tus ojos me dirían eso para lo que no hay palabras, y así terminarías por aniquilarme. La vergüenza no me dejaría correr hacia ti y abrazarte. Perdóname. Después de esto aprenderé a llorar en silencio, ya no te esperaré, y aceptaré que no regreses.

A medida que me acerco a la baranda siento más fuertes las agujas del vértigo hincarme los pies, las piernas, las rodillas. Cuando lleguen a mi cabeza ya no sentiré nada.

- ¿Qué pasa, Andreita? -dijo Alberto con voz cariñosa tomándola por la cintura y besándole el cuello-. Regresemos a la cama, ¿si?.

Andrea sintió náuseas de él, de ella, de los dos. Por primera vez odió a Alonso por no haberla llamado ese día e impedido que se viera con Alberto.

- Voy al baño -dijo y se soltó de Alberto-. Ya regreso, espérame en la cama.

Alberto se fue y ella nunca más regresó.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya lo lei.

Artemis dijo...

yo tambien ya lo leí jajaja

oye linkeame pe

Josefo dijo...

Hecho.

vanezami dijo...

mi otro yo.
suerte josefo