martes, 29 de julio de 2008

Adiós, amigo


En unas horas ya no te voy a ver más. Sé que te vas a tener que ir, y esta vez no te podré gritar para que te detengas. Ya no podrás hacerlo, y yo no puedo contener las lágrimas al recordarte.

Nos costó trabajo agarrar confianza al principio. No te llamaba por tu nombre, te decía simplemente perro. Es problema mío, lo sé, siempre me ha costado interactuar con los nuevos. Mordías todo lo que se topaba contigo, los controles remotos, las almohadas y mi brazo. Cuando aún tenías los dientes pequeños me mordías el brazo y me dejabas algunas marcas. Eras pequeño, tal vez ahora no te acuerdes. Ese era tu vacilón y a mí no me dolía, por eso te dejaba hacerlo, a pesar de la saliva que me dejabas y que en ese momento se me hacía desagradable. Era parte de nuestro proceso de introducción y lo entendía así.

Sé que te voy a extrañar mucho, y me da mucha pena no haber podido darte todo lo que pude. A veces no te saludaba cuando llegaba y podía pasar días sin verte. Me molestaba que gimieras para que te subiera a la cama y a veces te botaba con la mano. Es que era de madrugada y el sueño podía más que las ganas de tenerte a mi lado. Hoy me arrepiento de eso, y de nunca haberte regalado una manzana de esas que tanto te gustaban y por las que te ponías como loco. Perdóname por comérmelas a escondidas o darte sólo pedazos.

Estas últimas semanas te enfermaste y nadie supo qué tenías. Y aún así no me preocupé lo suficiente por ti. Estos dos últimos días te pusiste muy mal, estabas echado en la cama y no hacías nada, sólo mirar y dormir. Hoy ya no hay nada que hacer por ti. Sólo dejarte ir.

Espero que hayas sido feliz. Deseo que el recuerdo que te lleves de mí sea el mejor y que donde estés haga que muevas la cola. Yo siempre te tendré en el corazón y te agradeceré eternamente el haberme hecho una persona más sensible, por hacerme perder el miedo a los otros perros y por los innumerables momentos de felicidad que pasé junto a ti. Creo que hasta voy a extrañar tus pelos blancos en mi ropa. Gracias por enseñarme que las manzanas deben regalarse a tiempo, cuando todavía se pueden disfrutar.

Espero encontrarme algún día contigo, compañero. Hoy me gustaría creer que así será. Guárdanos espacio en la cama.

Siempre te voy a querer mucho, Spike.

domingo, 27 de julio de 2008

Kevin Carter: El buitre tras el lente

Su obra cumbre les costó la vida. Aquella fotografía en la que un buitre espera paciente que una niña sudanesa, indefensa por el hambre, la malnutrición y el abandono caiga al suelo, derrotada, para extender sus alas y lanzarse sobre ella, su presa. La foto ganó un Pulitzer en 1994, y poco tiempo después le costó la vida al fotógrafo que la tomó, Kevin Carter, quien víctima del remordimiento por no haber hecho nada por salvar a la niña, conectó uno de los extremos de una manguera al tubo de escape de su automóvil estacionado y, con tres de las cuatro ventanas del auto cerradas a tope, conectó el otro extremo de la manguera a la ligeramente abierta cuarta ventana de su automóvil. Carter murió a causa del monóxido de carbono que había inundado el vehículo. Fue un 27 de julio de 1994, sólo cuatro meses después de recibir el premio Pulitzer de fotografía.

A la niña, si realmente murió, que es lo más probable, la mataron los dos. El buitre, que necesitaba saciar su hambre, y Carter, que buscaba con esa fotografía obtener mayor prestigio, otro tipo de apetito. Y lo logró, pero a un precio muy alto, pagado con el rechazo público y su remordimiento posterior.

“Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”, dijo Carter luego, frente al acecho de la culpa, que paciente y vengativa, esperaba el momento justo para extender sus alas y lanzarse sobre él. Y así fue. Pero él ya no pudo tomar esa foto.