martes, 14 de octubre de 2008

La venganza de Cupido


Hoy, al igual que ayer, no llamarás. Es muy tarde, saliste de trabajar a la una, y ya son las tres. No hay forma de que hayas demorado tanto en llegar a tu casa. Debes estar con Luis, no quiero pensar qué estarás haciendo.
Definitivamente no llamarás.

Reconozco que te fuiste por mi culpa, lo acepto, te traté muy mal. Pero tú reconoce que te has excedido, y que al paso que vas tendría que pasar muchísimo tiempo para que algún día estemos a la par. Sé, y sabes, que debería odiarte, tal vez eso es lo que en el fondo quieres; pero sabes, y sé que sabes, que te amo cada día más y que nunca podré olvidarte, aunque hagas trizas como ahora el recuerdo que tenía de mí hasta antes que me dejaras. Estoy hecho una mierda, más flaco, pelado y hasta más narigón. El pelo se me está cayendo con una facilidad inimaginable. Y tú no vas a regresar, mis ilusiones son eso, simples ilusiones, totalmente alejadas de la realidad.

Lo cierto es que empezamos mal, debo darle la razón a mis amigos. Tú estabas con Luis la primera vez que nos vimos. La primera vez que salimos todavía le decías que lo amabas y esperabas que te pidiera matrimonio en un par de meses. Cuando te besé por primera vez todavía pensabas imposible dejarlo, y la primera vez que hicimos el amor recién habían pasado dos días desde que le dijiste que no lo querías ver más. Dos días, casi nada. No teníamos futuro, éramos el fruto de una semilla podrida. Pero yo creía, o quería creer, que lo habías dejado todo por mí, que de verdad me amabas y que íbamos a ser felices. Poco tiempo después me di cuenta que lo que habías hecho fue pensando en ti y en cómo olvidar a Luis de la manera más fácil. Me utilizaste. Puta del carajo, no sabes cómo mierda te amo.

¿Es cierto que mientras estuviste conmigo nunca pudiste olvidar a Luis? Te suplico que me digas que eso no es verdad, que no es cierto que mientras compartías conmigo la misma cama deseabas que fuera él quien te acariciara, que fuera él quien te jurara amor eterno, que fuera su nombre el que deseabas mencionar en lugar del mío. Puta madre, no sabes cuánto te odio, a ti y a ese conchesumadre al que apenas he visto en un par de fotos. Los odio con el trozo de alma que me queda, el único que me dejaste cuando te fuiste.

Yo también te fallé, lo sé, y muchas veces. Vivía detrás tuyo, no quería que me pasara lo que a tu anterior pareja. No quería que me engañaras y me dejaras por el primero que se te cruzara en el camino. Te seguía, observaba cada movimiento tuyo, cada mirada, cada gesto. A la primera que me sentía amenazado por algo corría hacia ti y te culpaba por cualquier cosa. Lo peor, y lo último que te hice, fue cuando me dijeron que habías visto a Luis, que habías salido a tomar unos tragos con él. Me volví loco, te esperé en la puerta de tu casa, escondido tras un árbol, quería saber si te despedías de él con un beso. Nunca vi si lo besaste, algo me obstaculizó la visión. Cuando estoy ebrio y soy un poco más conciente de las cosas me río de lo estúpido que fui. Pero en ese momento deduje que sí lo habías besado, y empecé a hervir de ira. Fue ahí que se jodió todo.

Tenemos que hablar, te dije más tarde por teléfono, ven mañana en la mañana a mi casa. Aceptaste, no sin antes preguntarme qué quería, por qué tanto misterio, por qué mi voz tan distinta. Sólo ven, te dije, y no respondí el te amo que me dijiste antes de colgar, ese te amo cuyo eco todavía retumba en mis oídos y me despierta en las noches con lágrimas en los ojos. Esa noche no pude dormir, te esperé desde que colgué el teléfono.

Llegaste feliz, pero luego tu expresión cambió al verme. Te reclamé, te insulté, te tiré a la cama y estuve a punto de golpearte, no sé qué me detuvo, tal vez el terror dibujado en tu rostro. Me juraste que jamás me habías sido infiel, que era un estúpido por pensar eso de ti. Luego te fuiste. Te fuiste para nunca más volver.

Te mentiría si te digo que quiero que seas feliz. Si no eres feliz conmigo, no deseo que lo seas con nadie. Todavía te amo, y hasta hoy te he esperado. Sé que no vas a volver, mañana serás la mujer más linda del mundo a ojos de todos, no sólo de los míos, y entrarás al altar vestida de blanco con él, el hombre a quien dices realmente amar, el amor de tu vida, la única persona a la que envidio en este mundo por tener lo único que hace que me sienta vivo. No sabes todo lo que daría porque tu corazón se agite si escucha de mis labios decir te amo.

Si alguna noche sientes frío no dudes tocarme la puerta. Yo siempre tendré todo mi calor para ti.

lunes, 13 de octubre de 2008

Carta a un destinatario sin destino


He regresado, no hay duda. Hoy a las cinco y doce de la tarde siento el mismo ardor de hace algunos meses, la misma angustia. Me siento igual de desorientado dentro de mí mismo, casi no puedo saber dónde estoy; y justo cuando se suponía que debía ser más feliz. El no saber nos hace felices, qué duda cabe, pero parece que aquello que busco es la infelicidad perpetua. No gano nada sabiendo por qué apesta la basura, qué es lo más hediondo entre lo hediondo. Eso no hace bien, lo sé, pero me gusta, me hace sentir libre, que conozco tanto del crimen como aquellos que lo cometieron. Me hace sentir que agudizando un poco el olfato puedo sentir el olor de quellos cuerpos hirviéndose en esa cama, en esa mala noche.

Y algunas otras cosas más, claro está, pero la noche es lo importante.

El servicio postal, como muchas cosas en este país, en realidad como casi todas, es una mierda. El destino de una carta es casi invariablemente morir entre otras muchas que, como ella, nunca llegaron a las manos indicadas. Tú sabes que este país es una mierda, tú más que yo sabías que si enviabas una carta por el servicio postal jamás iba a llegar. ¿Por qué lo hiciste entonces? No estoy seguro, pero creo saber por qué. Querías limpiar tu conciencia con esa carta, jugar con el destino. Si me llegaba, mala suerte para ti, me enteraría de todo y, si no te odiaría, desconfiaría de ti toda mi vida. Por otro lado, si no llegaba hubiera sido perfecto, hubieras tenido la conciencia tranquila, ya que trataste de hacer las cosas de la mejor manera, contándomelo todo, pero, maldita sea, el azar no quiso que la carta llegara a mis manos.

Pero alguna vez tenía que jugar el destino de mi lado, mi pequeña. La carta sí llegó y, sí, aunque dudé, la leí. Pero no te odio. Si voy a desconfiar de ti el resto de mi vida no lo sé, tal vez sí, pero ese ya es otro tema. Vamos a la carta, a la carta que, de las dos que sé escribiste, llegó a mis manos.

Es muy larga, no la transcribiré toda, no tengo tiempo. Debo llegar temprano a nuestra cita. Sólo copiaré las partes más interesantes, aquellas que, como leves golpes en el estómago, hicieron que se me vaya de a pocos el aire.

Empezaste con un hola, como siempre, y poco a poco fuiste dibujando el adiós. Que me querías, que era especial, que todavía sentías mucho por mí, pero que también por otra persona. Lo nuestro fue como una bola de nieve, escribiste, que poco a poco fue creciendo hasta hacerse insostenible, hasta devorarnos a los dos. No pudimos escapar, y como siempre que uno no tiene salida, nos entregamos a lo inevitable, en este caso al amor. Te deseé como a nadie y a pesar que sabía que no era lo mejor, me entregué a ti como una niña a un juguete nuevo. Fueron las dos semanas más maravillosas que pasé en mi vida. Pero me fui, y debes saber que si lo hice fue porque tú me soltaste la mano. No sé qué hubiera pasado si me hubieras dicho te quiero una vez más, si me hubieras dado un beso más, si me hubieras mirado como antes. Prefiero no pensar en eso, ya no quiero saber nada. Sólo sé que nunca me quisiste como yo a ti, y eso me duele mucho. Por eso me voy, sin rumbo, como cuando llegué a ti. No sé si te amo de verdad, pero me muero por decírtelo. TE AMO. Adiós.

¿Sabes cuál es el problema de todo esto, mi pequeña? Que el servicio postal en este país es una mierda, como casi todo, y ahora ya no sé si tú sabes que casi todo es una mierda. La carta que debía llegarle a él me llegó a mí. Y yo, a diferencia tuya, no diré aquello que muero por decir.

martes, 7 de octubre de 2008

In a gadda da vida


A veces no prestamos mucha atención a lo que vemos o hacemos ver a los demás. Un claro ejemplo es Dumbo. ¿Quién no recuerda a Dumbo? El elefante de las orejas grandes que vuela por los aires. Todos. Es improbable que alguien no haya visto Dumbo más de una vez, y casi imposible que nunca lo hayan visto.


Hasta hace poco pensaba que lo más trascendente en la película era la escena en la que la mamá de Dumbo es encerrada por defender a su hijo de las burlas de los otros elefantes. Pero, no, pese a lo emotiva que resulta, y las lágrimas que seguro ha hecho derramar a más de uno, hay una que se lleva todas las palmas, una obra maestra de la psicodelia, que probablemente nadie recuerde a profundidad pero que por lo mismo merece mucho la pena volver a ver. Y esta es la escena de los elefantes rosa.



No entiendo cómo nuestros padres podían dejarnos ver una cosa así, y no lo digo por la borrachera del elefantito, sino por lo delirante de la propuesta de Disney, en la que se puede apreciar elefantes casi demoníacos, de formas grotescas y colores intensos, algunos de ellos formados con cabezas de elefantes, que parece que en cualquier momento van a azotar al pasmado Dumbo, y la canción en la que se menciona a Satanás al menos un par de veces.

La película fue producida en 1941, ¡hace sesenta y siete años!, y pese al tiempo la escena todavía resulta alucinante y maravillosa. La piedra angular de la psicodelia, sin lugar a dudas, cuya explosión se dio en los sesenta y de la cual el grupo Iron Butterfly, de la mano del LSD, fue uno de los mayores exponentes. Cuando veía la escena de los elefantes rosa imaginé que fácilmente hubiera podido pasar como videoclip de In a Gadda da vida, la canción más representativa del movimiento.