viernes, 18 de diciembre de 2009

El final del cuento

Entonces él se levantó de su silla. Había llegado el momento. Se tocó la cara, se quejó suavemente, y se dirigió hacia el espejo grande. Frente a él cerró los ojos, suspiró hondo y luego los abrió lentamente. Demoró un momento en reconocerse, pero no cabían dudas. Era él. Entonces una a una empezó a leer las arrugas de su rostro. Empezó por las grandes y superficiales y dejó las pequeñas y profundas para el final. A aquellas las acarició con especial cariño mientras les recitaba algunas palabras, o tal vez les cantaba algún nombre. Al terminar se volvió a tocar la cara y dibujó en ella una casi imperceptible sonrisa. Sacó la sábana que colgaba de la silla donde había estado sentado y tapó el espejo. Estaba claro que nunca más se miraría en él.

Lentamente se dirigió a su cama, se echó y apagó la luz tenue de su lámpara. Ya no había luz, pero no era de noche, o tal vez sí. Eso no importaba ahora. Tal vez eso nunca importó.

Ya sin luz se acomodó, se movió despacio hasta encontrar en la cama la posición que lo hacía sentir más cómodo. Se tomó las manos suavemente pero con firmeza y pensó en la oscuridad que había inundado su habitación y en la poca luz que le quedaba. Cerró los ojos y un instante después, sin darse cuenta, dejó de respirar.

martes, 28 de julio de 2009

No title

Soy las ganas que nunca tuviste.

Entonces mejor nos vamos.