viernes, 8 de agosto de 2008

Apaga la luz antes de cerrar la puerta

Ahora tengo mejores ojos para ver las cosas. Ahora que reviso las fotos de nuestro último viaje, no estoy seguro que no haya sido un error terminar con Andrea. Hoy recuerdo de ella actitudes que hace un año me irritaban, pero que ahora lo único que hacen es llenarme de nostalgia. Descubro sus motivos, con la serenidad que da el tiempo, y entiendo mejor sus sonrisas, sus llantos, sus silencios, sus abrazos. Hoy no pude evitarlo y derramé algunas lágrimas frente a nuestras fotos, que no revisaba desde hacía mucho tiempo y que bastante trabajo me costaron encontrar. Se me ocurrió incluso buscarla, a las dos de la mañana, luego de un súbito ataque de nostalgia, pero no tuve valor. Sé que hace un año me hubiera recibido con los brazos abiertos, su sonrisa más grande, y con generosas lágrimas de agradecimiento me hubiera dicho lo mucho que me amaba. Sé que me hubiera besado y entregado todo su amor, y me hubiera dicho que soy el hombre de su vida y que le perdone todo, todo, incluso mis errores. Pero, no, hace un año yo no hubiera ido a su casa. Hace un año el orgullo no me dejaba ni respirar. Estaba completamente cegado, y hoy el recuerdo de aquella que fue mi mujer me impide recordar aquello por lo que la humillé y la hice sufrir. Hoy no recuerdo si la culpa fue suya o mía, y tampoco creo que, como lo hubiera hecho hace un año, me reciba con tanta generosidad. No sé sigue viviendo sola. Sé por algunos amigos que sigue viviendo en la misma casa de siempre, esa que le regaló su mamá al cumplir veintiuno, pero no sé si tiene alguna pareja, o si vive con alguien más. Sé que suena egoista, pero deseo con toda mi alma que esté viviendo sola, y que desde que me fui no haya si quiera besado a otro hombre. Pero no lo creo así. Un año es mucho tiempo, aun para ella, y siento muy probable que ya no me ame como antes, o que haya recapacitado y ahora me odie por todo lo que le hice sufrir, por no escucharla, por no responderle las llamadas, por no haberle dado ese último beso que me suplicó. Sólo sé que no me ha olvidado por lo mucho que la hice sufrir. Vaya consuelo el saber que jamás me va a olvidar, y todo por el daño que le hice. Nuestro último viaje fue a Huaraz, y de ese viaje son las fotos que he estado revisando. Ella me siguió, yo no quería que fuera. Me rogó tanto que al final, de bastante mala gana, tuve que aceptar que me acompañara. Ella estaba feliz. Me compró una maleta nueva, y dos días antes de partir fue a mi casa y ordenó todas mis cosas para el viaje. Yo la miraba irritado, sin entender cómo, después de haberle dicho que no quería ir con ella, y haber accedido sólo ante su insistencia, podía haber olvidado todo y estar tan contenta. Nos quedamos once días en Huaraz, de los cuales estuvimos peleados casi la mitad del tiempo. La primera vez peleamos porque se olvidó de calentar el agua para el desayuno. Ella calentaba el agua y luego yo hacía los desayunos. Ese era el trato. Una tontería, lo sé, por la cual dejé de hablarle dos días, hasta que ella llorando me pidió perdón. Era un cretino. Ahora sé también que la segunda vez que peleamos fue por mi culpa, aquella vez cuando caminando hacia el hotel me pareció que le coqueteó a un turista que vivía al costado de nosotros y con el que había estado bailando en una fiesta la noche pasada. Hoy me doy cuenta que nadie me ha amado como ella, y que hubiera sido incapaz de engañarme de esa manera y de ninguna otra. Pero hace un año no pensaba como ahora. Hace un año no veía lo que ahora. No quiero ni pensar qué hubiera pasado si hoy hubiera ido a su casa, le hubiera tocado la puerta, y luego de esperar ansioso por verla después de tanto tiempo, me hubiera abierto un hombre. Un hombre en pijama, recién despertado por mis remordimientos, que seguro me reconocería, por las fotos que llorando Andrea le debió haber mostrado, y que me odiaría por haber hecho sufrir tanto a su mujer. Esa mujer que antes fue mía y de la que ahora él recibe tanto amor. ¿Odiaría a ese sujeto? No más de lo que él me odiaría a mí, definitivamente. Ojalá siga viviendo sola. Yo desde que terminé con Andrea he estado con algunas mujeres, aunque nada realmente serio. Lo que sí, he bebido y fumado mucho todo este tiempo. Como nunca en mi vida. Alcohol y marihuana todos los fines de semana, y sólo marihuana de lunes a viernes. Al menos un porrito al día. Empecé la misma noche que terminé con Andrea. Llegué a mi casa sin saber qué hacer, contento por haber dado el paso definitivo. No más llamadas, no más visitas, no más correos. Saqué un par de cervezas del refrigerador, prendí la radio, y pensé en lo que haría ahora sin ella. Nunca había sido muy apegado a la marihuana, pero esa vez recordé que tenía un poco de hierba guardada en el cajón de mi mesa de noche. No tuve que buscar mucho. Estaba ahí, al fondo, en la bolsita de papel donde la había dejado. A Andrea no le gustaba que fumara, pero empezaba una nueva vida. Ahora podía hacer lo que quisiera, así que torpemente armé el porro y lo encendí. El primero de muchos. Luego guardé todas las fotos que encontré de ella en una caja, también todos sus regalos. Alguna foto me hizo derramar una lágrima y recordar sus últimas palabras, el último favor que me pidió, bañada en lágrimas, al momento de despedirme. Antes de irte, me dijo, esforzándose por contener las lágrimas y fortalecer su voz, antes que cierres la puerta por última vez, no olvides apagar la luz. Y eso hice, hasta el día de hoy.

2 comentarios:

Contracara dijo...

Hay referencias autobiograficas.
Buen escrito.
Quedo con algunas dudas...

Josefo dijo...

No hay muchas referencias autobiográficas. Lo único que he tomado de alguna experiencia pasada ha sido la inspiración para escribir.

Mamá, no fumo marihuana, no te preocupes.